EH, UN MOMENTO

Amaneció otro día gris y gélido. Nada lo hacía interesante salvo las enormes posibilidades de disfrutar de la vista a través de la ventana. Decía siempre que era una bendición tener la oportunidad de ver un día frío y lluvioso a través de los cristales. Si, de verdad lo era. No tenía que salir a ninguna parte, no tenía que hacer nada, simplemente disfrutar.
Pero llegó un momento en que se olvidó del placer que todo ello provocaba y empezó a elucubrar sobre sus tremendos deseos de injuriar a quienes, según su visión de las cosas, así lo merecían. ¡Qué diferentes puntos de vista tienen las personas!, pensó para si, y tenía razón. Todo cambia de color según los ojos en cuestión.
En la selva no hay sutilezas. Y pensó: si viene una pantera, sabes que será para atacarte. Un león no te hará caricias. Una tarántula no te hará cosquillas con sus pelitos. Vivir en la selva no tiene que ser malo, porque se conoce el papel que cada uno de sus actores desempeña. Pero luego, en su fiebre contemplativa y analítica de la realidad, llegó a entender que en la vida habitual no ocurre eso. Una palmadita en la espalda y al otro día un palo en el culo. ¡Qué difícil es confiar en que se puede tener en cuenta todo el conjunto y no solo un detalle! Pero no, como siempre, tenía que seguir luchando por sus ideas. Otra vez a empezar, a explicar lo mismo, que las personas no valen por lo que hacen puntualmente una vez cada dos meses. Hay blancos, grises, marrones, negros y colorados. Todo tiene que ser tomado en cuenta. Si no es así, pues ya está, a otra cosa. Por suerte, cuando el corazón y los sentimientos no están implicados, todo es más fácil y el portazo puede ser hasta placentero.

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