a lo lejos
Igual estoy delirando. Pero me dejo andar con los pelos al viento, soñando, soñando, soñando. Galopar sin rumbo con el viento y mi caballo. Aunque, en el fondo, yo siento que soy ese caballo. En un atardecer teñido de verde, con reminiscencias de lluvia, el sol cae sin que nadie se atreva a impedírselo. Él, como amo indiscutible de nuestro universo, decide alumbrar por última vez los esfuerzos quijotescos por volar alocadamente al ritmo de ese mismo viento. Son los viejos molinos que me traen el recuerdo de aquello que fuimos y aquello hacia lo que vamos.