Un tango

Jueves y viernes dedicados casi por completo al cine. Ninguna causa especial, sólo ganas de pasar unas cuantas horas evadida de la realidad. Solo un poco de tiempo para no pensar en nada: solo viajar por otros tiempos y otros lugares, casi todos lejanos. Lo logré. Luego de una amena caminata por el parque Juan Carlos I, incluido un paseo descalza por la hierba y unos 20 minutos al sol sintiendo la humedad del suelo penetrar mis huesos, volví a casa y me puse a ver Pride and Prejudice (Orgullo y Prejuicio). Una película de Jane Austen que jamás hubiera elegido salvo por la ausencia casi total en la biblioteca de películas en inglés con subtítulos en el mismo idioma, lo que ocurrió hoy mismo. Para mi sorpresa, disfruté como hacía rato que no lo hacía con una película: era justo lo que necesitaba: tener la sensación de que por fin el amor podía triunfar sobre todas las cosas. Un amor inocente, iluso, amor puro si los hay. Bueno, es una película que cuenta las desventuras de una madre y un padre en la Inglaterra del siglo XVIII por casar a sus cinco hijas: tarea nada fácil si encima tienen que preocuparse de que los candidatos sean hombres con un cierto poder económico… Pues nada, una delicia de film que, aunque cándido, me sirvió para pasar un buen momento alejada de mis pensamientos mundanos.
La otra película que me sacó una sonrisa fue La Boda del Monson. Hindú, de Mira Nair, la directora de Salaam Bombay!. Esta vez, el escenario era Nueva Delhi y, el marco de la película, la organización de una boda. Muy bonita, porque también tenía un final feliz. Y porque tuve la posibilidad de estar de acuerdo con lo que decían las críticas: un film que no querrás que termine. Al contrario que en Salaam Bombay!, en esta oportunidad Mira Nair sí dejo una puerta abierta a la esperanza: al final todos parecen encontrar la felicidad.