Tiempo

Dos años, 7 meses y 12 días. Despierto de un sueño con aroma a rosas mezclado con vid y melancolía. Las palabras salen a borbotones, necesitan escaparse para librarse del hechizo, su tarea es dejar espacio a eso otro que llega, a ese nuevo despertar que poco a poco va descubriendo otra vez una cama ancha como Castilla, una medianoche ausente y un alba bullicioso de cantos en el cielo. Tres meses, 24 días y una pregunta. Un 24 vi la luz. Dos más 4 son 6. Seis dividido 2 son 3. Tres son las palabras que aun retumban en mis oídos: no tiene sentido. ¿Es verdad? Dos años, 1 mes y 24 días. Otra vez el 24. Me sigue incansable allá a donde mis ojos miren. Allá a donde mis labios hablen, allá a donde mis manos toquen. Y siguen las preguntas, también incansables, que no dejan de acudir a mis curiosos intentos por aclarar el sol del mediodía. El corazón se acelera, un rayo me atraviesa la boca del estómago, sigo desarmando la historia para volver a armarla y tratar de encontrar el error. Pero cada vez falta una pieza. Esa pieza es tiempo, que pasa inexorable, agrandando la distancia, permitiendo al olvido atenuar los recuerdos. Pero la pieza tiempo no se encuentra en un desguace. La pieza tiempo no es algo que se venda… la pieza tiempo solo tiene un destino: perderse.

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